27.1.11

Capítulo 1: F.A.E.

Martín abrió sus ojos instantáneamente, eran las 5:21 de una fría mañana del mes de abril. Afuera, un viento indomable: las copas de los árboles se mecían de un lado al otro sin descanso a la merced del soplido recio cuyo filo pelaba sus ramas y aún era capaz de penetrar y desgarrar hasta el alma. Era una noche perfecta para defenderse de aquella aparente amenaza acurrucándose en la suavidad y calidez de una buenas cobijas. Pero a Martín sus cobijas no le ofrecían ni una mínima protección. Todavía se sentía intimidado por la eminente tormenta del exterior... o por lo menos eso hubiese imaginado cualquiera que le hubiera estado observando revolcarse como un niño tratando de encontrar su lugar para dormir. Pero la realidad era otra: había una tormenta que se estaba gestando, mucho más fuerte que la de puertas afuera, que lo mantenía en un estado espasmódico, le robaba el sueño, y aún cuando lograba ganar esa batalla había otra dentro de sus sueños de la que huía una y otra vez. Así había sido durante los últimos tres días y aparentemente no existía un motivo razonable para su insomnio. Sin embargo tres letras sonaban en su mente y una imagen asaltaba su vista, como si fuese una especie de clave que lo guiaría al origen de sus pesadillas.


Brian's TM

12.1.11

El anillo

Un joven se acercó a su maestro, sin ánimo y con timidez le dijo:
- Maestro, todos me dicen que no sirvo para nada, que soy un inútil, que soy torpe, y que soy tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
Sin mirarlo el maestro le respondió:
- Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, primero debo resolver mi propio dilema. Quizás después... De pronto se detuvo y haciendo una pausa agregó: - Si quisieras ayudarme podría resolver mi problema con más rapidez y después tal vez pueda ayudarte.
El joven asintió con la cabeza, en su mirada se podía observar un alma dolida y una autoestima muy baja.
El maestro se quitó un anillo que llevaba en su dedo anular y se lo entregó al muchacho diciéndole:
- Sube al caballo que está allí afuera, cabalga hasta el mercado y vende este anillo. Necesito hacerlo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Éstos lo miraban con cierto interés, hasta que el joven decía cuánto pretendía por el anillo. Entonces algunos reían y otros le daban vuelta la cara. Pero sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En el deseo de ayudar alguien le ofreció una moneda de plata y otra de cobre. Pero, como el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado montó en su caballo y regresó abatido por su fracaso.

¡Cuánto hubiera deseado el joven poder obtener una moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Pero había sido imposible.

Al entrar en la casa, el maestro le estaba esperando y el joven le explicó lo ocurrido:
- Lo siento maestro, no pude conseguir lo que me pidió. Quizás hubiera conseguido dos o tres monedas de plata, pero no he sido capaz de engañar a nadie sobre el verdadero valor del anillo.
- Qué interesante lo que has dicho, contestó sonriente el maestro. Lo primero que debemos saber es el verdadero valor del anillo. Vete a ver al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quieres vender el anillo y pregúntale cuánto te daría por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas y tráeme de nuevo mi anillo.

El joven llevó el anillo al joyero. Éste lo examinó con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Muchacho, dile al maestro que si me lo quiere vender en este instante no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¡¿58 monedas?! Exclamó el joven.
- Sí, replicó el joyero, pero si vienes la semana entrante te podría ofrecer 70 monedas por él, pero si la venta es urgente...

El joven no duró un segundo más en la joyería, corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate, le dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo, una joya, valiosa y única. Como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Por qué le crees a cualquiera que te dice lo que piensa que vales?
Y diciendo esto volvió a ponerse el anillo en su dedo.