Cementerios. En cualquier parte se encuentran esas fosas que tragan a los muertos. Las lágrimas por la pérdida, por la separación, por la partida, manchan todo rostro. En cada mesa, tarde o temprano, queda una silla vacía. Y en cada hogar, un puesto vacante. La muerte es la gran niveladora. Opulencia o pobreza, fama o anonimato, poder o inutilidad, éxito o fracaso, raza, credo o cultura, las distinciones humanas nada significan ante el irresistible paso de la guadaña que a todos derriba . Y en el caso de que el sepulcro que nos aguarda sea fabuloso como el Taj Majal, una pirámide monumental, o una tumba olvidada y sin desyerbar, o las indefinidas profundidades del mar, un hecho predomina: la muerte impera.
La muerte es la poderosa conquistadora, ante la cual todos somos inútiles. Tan sólo podemos agitar los puños en completa impotencia contra el sepulcro inexorable y silencioso. Pero las buenas nuevas son éstas: las muerte ha sido vencida; la vida y la inmortalidad han sido traídas a la luz. Una tumba vacía en Jerusalén es la prueba de ello.
Fragmento extraído de "El Evangelio del Reino" de George Eldon Ladd
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