Al viajar fuera del sistema solar, más lejos dentro del espacio, se ve que el sol que tanto domina el cielo no es más que sólo una estrella de tamaño mediano. Otras son tan grandes que podrían contener quinientos millones de soles del tamaño del nuestro.
Al trasladarse por el vasto y confuso campo de estrellas que conforman la Vía Láctea, hay que hablar de años luz (la distancia recorrida por la luz en un año a trescientos mil kilómetros por segundo) entre esos puntitos brillantes que parecen estar todos apretujados. Pero la verdad es que la distancia media entre las estrellas de nuestra galaxia es de cuatro a cinco años luz, lo que equivale a cuarenta y dos billones quinientos setenta y tres mil seiscientos millones de kilómetros. Y hay doscientos mil millones de estrellas remolineando a través de los espacios incomprensibles de la Vía Láctea.
Entonces hay que pensar en los miles de millones de otras galaxias esparcidas a través del universo observable.
Esas inmensidades desalientan el cerebro. Sin embargo, aun más extraordinario es el hecho de que todos esos cuerpos celestes viajan por sendas precisas y previsibles. No van dando tumbos por el espacio sin dirección y chocando unos contra otros. Incluso las galaxias viajan con su carga de estrellas en graciosas espirales. Hay un orden majestuoso para los movimientos en los cielos.
Nuestro planeta, por ejemplo, se mueve de varias maneras separadas y sincronizadas. Gira sobre su eje con precisión a mil seiscientos kilómetros por hora, y produce una buena mezcla de noche y día para modular el clima. La tierra también recorre su órbita alrededor del sol a treinta kilómetros por segundo, y su viaje de millones de kilómetros nunca varía más de una fracción de segundo.
También nuestro sistema solar está en movimiento, viajando en una órbita alrededor de la Vía Láctea. Se mueve, con precisión al ritmo de otros incontables grupos de estrellas, alrededor del centro de la galaxia, a doscientos noventa kilómetros por segundo. Y toda la Vía Láctea también viaja veloz por el espacio, llevando consigo miles de millones de estrellas en ese mismo viaje.
De alguna manera todo ese movimiento está sincronizado. Todas la órbitas dentro de sus órbitas se mantienen en la vía correcta, y en el tiempo preciso.
Si es que hay alguien que dirige las galaxias de seguro debe trascender a todas las capacidades humanas. Con su alcance indescriptiblemente inmenso, actuando en dimensiones infinitamente más allá de la nuestra.
Adaptado del libro "Vislumbres de Dios" de Steven R. Mosley
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